Desde los tiempos protocristianos se acostumbró enterrar a los feligreses en el propio templo parroquial o en conventos, capillas o ermitas pertenecientes a la jurisdicción de su parroquia. Era una forma de acreditar que el fiel cristiano seguía unido a su parroquia y a la comunión de sus confeligreses "iusta ad mortem et ultra ad mortem", hasta la muerte y hasta después de la muerte.
Esta costumbre piadosa duró desde la época de las catacumbas hasta el siglo XVIII en que razones de una parte sanitarias y de otra parte políticas, hicieron que se construyeran cementerios fuera de las ciudades. Las razones sanitarias, que la corrupción de los cadáveres podía facilitar el contagio de epidemias. Las razones políticas, que no haciendo los entierros en las iglesias, se conseguía alejar, a una gran parte del pueblo, de los temples, primer paso para la descristianización de la sociedad.
Así, en España, el rey Carlos IV promulgó la primera legislación disponiendo la creación de cementerios extramuros de las ciudades, disposición que no fue acatada pues una oposición mayoritaria de la población impidió su cumplimiento.
La gente no quería enterrarse en el campo, sino en "su" iglesia, en su parroquia, junto a "sus" parientes y vecinos. La parroquia de San Lorenzo, anticipándose a aquella disposición, e incluso a aquella filosofía, había resuelto el problema a su modo, haciendo una "monda" o extracción de restos óseos cuando transcurría cierto número de años, y enterrándolos en la plazuela, al costado de la Iglesia, en lo que se llamara el cementerio-osario, previa ceremonia de bendición del terreno, que de modo simbólico quedaba integrado en la propia parroquia. Tenemos constancia de ello, en el Archivo Histórico Municipal, Sección de Expedientes, Memoriales y Autos de las Escribanías Capitulares 1ª y 2ª en el Siglo XVIII", al tomo 46 de la Escribanía 2ª donde encontramos el Expediente de 1.762 en que el Párroco de San Lorenzo solicita al Ayuntamiento licencia para hacer un cementerio cercado de reja en la plazuela de dicha parroquia.
Este ejemplo fue seguido por otros párroccs. En el año 1803, para iniciar el cumplimiento de la disposición dictada por el rey Carlos IV, el Ayuntamiento de Sevilla dispone la creación de tres cementerios en Sevilla y uno en Triana. Los de Sevilla serán: 1° en la ermita de San Sebastián; 2° en la ermita de la Concepción, y 3° detrás de la fábrica del Salitre. Y en Triana el Cementerio de San José entre el Patrocinio y La Cartuja.
En 1825 el cementerio de San Sebastián había crecido, y se dividía ya en tres tramos, Cementerio de la Ciudad en San Sebastián; Cementerio de los indigentes y forasteros ignorados, en Eritaña; y Cementerio de los Canónigos y sacerdotes, en el Prado.
De les enterramientos en las parroquias ya no se vuelve a hablar. Escasamente se autoriza en algunos casos la excepción y se permite enterrar a algún personaje ilustre en algún templo, pero en tan pocos casos que no puede formarse estadística.
Pasados unos años más fueron desapareciendo en los templos las lápidas de enterramientos que cubrían el suelo. Sería curioso poder ver hoy esa pavimentación escrita que intentaba perpetuar, la historia de toda una vecindad a lo largo de seis siglos, del XIII al XIX.
Pero de todos modos conservamos noticia de algunos enterramientos; por ejemplo, la familia Bucarelli que tuvo entre sus miembros un Virrey de México, y vanos Capitanes Generales y Almirantes. Tuvieron su bóveda familiar al pie de la Virgen de Rocamador.
Ante el altar de la Virgen de Belén está enterrado el célebre pintor Pedro Villegas Marmolejo, autor del cuadro de dicho altar. Resulta emocionante saber que la lápida de su tumba fue puesta por sus dos amigos Arias Montano y M. Pérez. La lápida, en pulcro latín redactada por Montano decía así: DEO VIVENTIUM PETRUS VILLEGAE MARMOLEJO, HISPALEM. PICTORI SOTERTISS. MORIBU INTEGERRIM. SENSU ET SERMONE OPORTUNISSIMO. ANNO LXXXVII. ARIAS MONTANO AMIC. VETER. UNI SOLI EX TESTAMENTO POS. VIATOR PACEM VOVETO M. Pérez ARCHITECTUS AMICITIAE ERGO INCIDED. V CHR N. MDXQVII.
Ante el altar mayor está la bóveda de enterramiento de Doña Mencía de Córdoba, en que se encuentran los restos de su sobrino Don Alonso Álvarez de Córdoba, dignidad de Arcediano de Niebla de la Catedral Hispalense.
En otros lugares del templo se encuentran los panteones familiares de los Jaén, los Fajardo, los Fernández Medina linaje de los Duques de Arcos, y la tumba del célebre personaje don Juan Ramírez de Arellano de Bustamante que fue marino, descubrió islas, se casó cinco veces y tuvo cincuenta y un hijos. A los noventa años dejó de navegar y fue profesor en la Escuela de Náutica. A los noventa y nueve estudió la carrera de sacerdote, y a los ciento cinco se ordenó, quedando en esta parroquia con misa diaria. Murió a los ciento veintiún años de edad, y no de muerte natural sino de un accidente al hundirse el puentecillo o pasarela que cruzaba la calle Jesús del Gran Poder (entonces calle de las Palmas) en tiempo de una inundación. Sabía, además del latín, siete idiomas de indios. Su muerte fue el año 1678.
José María de Mena,
Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
(Publicado en el boletín parroquial Tu Parroquia nº 36, de fecha Julio-Septiembre de 2004).
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sábado, 28 de febrero de 2009
Artículo: San Lorenzo, cementerio parroquial
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